Tanto los inversores como los responsables políticos tendrán que enfrentarse a un entorno macroeconómico diametralmente opuesto en el horizonte secular, ya que la década de Nueva Normal posterior a la crisis financiera, anterior a la pandemia, en que se apreciaba un crecimiento inferior pero estable, una inflación por debajo del objetivo, una volatilidad moderada y unas atractivas rentabilidades en los activos, se está desvaneciendo con rapidez por el espejo retrovisor. Lo que se avecina es un entorno de crecimiento e inflación más incierto y desigual en el que los responsables políticos se enfrentarán a muchos escollos. Ante las perturbaciones, las divisiones y las divergencias, las rentabilidades en general del mercado de capitales serán, a buen seguro más bajas y más volátiles. Ahora bien, los inversores activos que sean capaces de surcar este complicado territorio deberían detectar buenas oportunidades de alfa.
Condiciones de partida
En este sentido, la tesis secular de este año desarrolla aún más los temas que destacamos en nuestras Perspectivas Seculares de 2020, «La disrupción se intensifica». En aquel momento, reseñamos que la pandemia serviría como catalizador para acelerar y amplificar cuatro factores de disrupción seculares importantes: la rivalidad entre China y EE. UU., el populismo, la tecnología y el cambio climático.
Lo acontecido el año pasado ha venido a reforzar estas expectativas. El rifirrafe entre Estados Unidos y China no solo ha persistido, sino que se ha agravado bajo la administración Biden. El populismo y la polarización han ido en aumento en muchos países, espoleados aún más por las divisiones sumamente politizadas respecto de los confinamientos y las vacunas. La digitalización y la automatización se han visto catapultadas por la pandemia. Las condiciones meteorológicas extremas en muchas partes del mundo también han infligido graves pérdidas humanas y económicas, además de contribuir a que se dieran importantes cambios de rumbo en los mercados energéticos. En nuestras discusiones en el foro concluimos que cada uno de estos factores de disrupción seculares seguirá presente en un futuro próximo.
Otra condición de partida importante para las perspectivas seculares estriba en el acusado incremento de la deuda del sector público y privado causado por la recesión pandémica y las respuestas políticas. No cabe duda de que, habida cuenta de unos costes de financiación en mínimos históricos o cerca de ellos, los niveles de endeudamiento récord no resultan una preocupación inmediata. Sin embargo, un mayor apalancamiento implica una mayor vulnerabilidad de los balances de los sectores público y privado a las perturbaciones negativas del crecimiento y a las perturbaciones positivas de los tipos de interés, lo que aumenta el riesgo de que se produzcan sacudidas desestabilizadoras desfavorables para prestatarios soberanos y privados. Asimismo, los elevados niveles de deuda y unas economías altamente financiadas, medidas por la relación riqueza-ingresos, probablemente restringirán la capacidad de los bancos centrales para elevar los tipos de interés de forma contundente sin provocar un grave perjuicio económico, un tema del que volveremos a hablar en líneas posteriores.
Por último, pero no por ello menos importante, la pandemia obligó o alentó a muchas personas a pararse y replantearse su estilo de vida y el equilibrio entre el trabajo y su vida personal. Todavía es demasiado pronto para saber si las preferencias se verán alteradas, cómo lo harán y cuán duraderos serán los cambios. Sin embargo, resulta muy posible que presenciemos unos notables cambios en las preferencias de trabajo frente al ocio, de teletrabajo frente al trabajo en la oficina, y de trabajar en determinados sectores o regiones frente a otros. Además, los patrones de consumo podrían experimentar cambios de forma permanente, ya que es posible que muchas personas ya no se sientan cómodas viajando o participando en reuniones con mucha gente incluso después de que se ponga punto y final a la pandemia. Esto requiere una mayor dosis de humildad a la hora de intentar pronosticar los resultados económicos en el horizonte secular y refuerza nuestro punto anterior sobre la gran incertidumbre en ámbito macroeconómico que veremos los próximos años.
Catalizadores seculares
En nuestros debates, identificamos tres tendencias generales que impulsarán, a buen seguro, una transformación de envergadura en la economía y los mercados de todo el planeta.
La transición de lo contaminante a lo verde. Dado el aumento de la atención de los votantes y los consumidores en muchas partes del mundo, los gobiernos, las autoridades reguladoras y el sector empresarial están yendo un paso más allá en sus esfuerzos para descarbonizar y alcanzar las cero emisiones netas de aquí a 2050. Esto significa que tanto la inversión privada como la pública en fuentes de energía renovables se verán impulsadas en nuestro horizonte secular y en los años venideros. Aunque recaerá en el sector privado el grueso del trabajo, tanto el proyecto de ley bipartidista de infraestructuras de EE. UU. como el fondo Next Generation de la UE respaldarán la transición con un gasto considerable en infraestructuras «verdes» durante el próximo lustro.
Sin lugar a dudas, resulta probable que el mayor gasto privado y público en energía limpia se vea en parte, pero no completamente, compensado por una menor inversión y destrucción de capital en los sectores de energías contaminantes, como el carbón y el petróleo. Durante la transición podrían producirse perturbaciones en la oferta y registrarse picos en los precios de la energía que socaven el crecimiento e impulsen la inflación, como han puesto de manifiesto los acontecimientos recientes en China y Europa. Asimismo, dado que el proceso genera ganadores y perdedores, existe la posibilidad de que se produzcan reacciones políticas en respuesta a la pérdida de puestos de trabajo en las industrias contaminantes, al aumento de los impuestos y precios del carbono o a los mecanismos de ajuste fronterizo del carbono que encarecen las importaciones. Aunque el destino —un mundo de emisiones netas cero— resulta deseable por muchos motivos, incluidos los económicos, el camino hacia ese objetivo podría estar lleno de baches.
Adopción más rápida de las nuevas tecnologías. En las perspectivas del año pasado, barruntábamos que la pandemia catapultaría la digitalización y la automatización. Así lo confirman los datos disponibles hasta ahora, que muestran un aumento significativo del gasto empresarial en tecnología. Cabe reseñar que incrementos similares de la inversión en el pasado, como el acontecido durante la década de los noventa en Estados Unidos, han venido acompañados de una aceleración en el crecimiento de la productividad. Los acontecimientos observados el año pasado sugieren que este puede haber sido de nuevo el caso, ya que la productividad ha subido, aunque el repunte cíclico también ha influido a todas luces. Queda por ver si el reciente aumento de la inversión en tecnología y el crecimiento de la productividad resulta algo puntual o se revela el comienzo de una tendencia más fuerte, si bien los datos hasta ahora sustentan la idea de que la pandemia sirvió de catalizador para que se acometiera una adopción más rápida de las nuevas tecnologías.
La digitalización y la automatización traerán consigo mejores resultados económicos en general, al crear nuevos trabajos y propiciar que los trabajos existentes sean más productivos. No obstante, también constituirá un factor de disrupción para aquellos cuyos puestos de trabajo desaparecerán y que pueden carecer de las aptitudes adecuadas para encontrar empleo en otro lugar. Al igual que con la globalización, el lado oscuro de la digitalización y la automatización radicará, a buen seguro, en el aumento de la desigualdad y en un mayor respaldo a las políticas populistas en ambos extremos del espectro político.
Compartir los beneficios del crecimiento de forma más amplia. La tercera tendencia potencialmente transformadora que se está dando estriba en la mayor atención que prestan los responsables políticos y la sociedad en general a la hora de abordar la creciente desigualdad de ingresos y riqueza y lograr un crecimiento más inclusivo. El caso más reciente es el nuevo enfoque de los dirigentes chinos en la «prosperidad común», cuyo objetivo es reducir la brecha de riqueza e ingresos privados. En el momento de redactar este artículo, otro ejemplo es el paquete de gastos en «infraestructuras inmateriales» de 3,5 billones de dólares propuesto por los demócratas estadounidenses, que se centra principalmente en programas de la red de seguridad social como Medicare e incluye, entre otras cosas, la ampliación de los créditos fiscales por hijos para las familias trabajadoras, la educación preescolar universal y la universidad comunitaria gratuita. Aunque puede que el tamaño del paquete que se apruebe en el Congreso sea mucho menor, los cambios «codificarían» esas políticas para los próximos años.
Entretanto, en parte debido a la presión de los inversores, cada vez más centrados en las cuestiones ambientales, sociales y de gobierno corporativo (ESG), y en parte por interés propio, muchas empresas ponen el foco en mejorar las condiciones de trabajo, las estructuras salariales y la diversidad en la mano de obra. La evidencia anecdótica apunta a que, en muchas compañías, el equilibrio de poder en la relación entre el empleador y el empleado ha comenzado a desplazarse del primero al segundo, lo que ha supuesto la mejora en el poder de negociación de los trabajadores. Aún está por ver si esta tendencia persiste o si teletrabajo, con la ayuda de la tecnología, acaba permitiendo a las empresas subcontratar más puestos de trabajo en lugares más baratos dentro y fuera del país, por lo que se preservaría o incluso se incrementaría el poder de negociación de los empresarios.
Repercusiones macroeconómicas
En una era de la transformación que se caracteriza por tendencias disruptivas y políticas más intervencionistas, los ciclos económicos pueden revelarse más cortos en duración, más grandes en alcance y más divergentes en todos los países. No resulta complicado imaginar auges de la inversión que sean propulsados por la aceleración de la inversión verde intensiva en mano de obra y los esfuerzos para diversificar o deslocalizar las cadenas de suministro con el fin de aumentar la resiliencia, seguidos de desplomes causados por las políticas fiscales intermitentes, las crisis de los precios de la energía, o los cambios regulatorios demasiado ambiciosos y draconianos.
También resulta probable que la divergencia cíclica entre regiones y países aumente a medida que las distintas transformaciones avancen a diferentes velocidades y que la política fiscal, que suele estar impulsada por ciclos electorales desincronizados entre países, se convierta en un motor más dominante de la demanda. Asimismo, con una China cada vez más autosuficiente y un crecimiento económico que probablemente se ralentizará aún más en el horizonte secular debido a los aspectos demográficos, el desapalancamiento y la descarbonización, puede que un gran motor común del crecimiento de las exportaciones en muchas economías emergentes y desarrolladas pierda relevancia.
Al igual que el crecimiento económico, es probable que la inflación en la era de la transformación se vuelva más volátil en el ámbito de los países y más divergente en todas las regiones. Seguimos creyendo que las colas de la inflación se tornarán más gruesas y se volverán mucho más probables unos periodos de inflación mucho más elevada y unos periodos de inflación muy inferior. Los riesgos al alza provienen de la transición a las cero emisiones netas y de su impacto en los precios del carbono, así como de la desglobalización, el activismo fiscal y la posible «ampliación de los objetivos» en los bancos centrales. Los riesgos a la baja se derivan de que las empresas aprenderán a hacer más con menos gracias a las mejores tecnologías. Asimismo, los niveles sin precedentes de deuda y apalancamiento aumentan el riesgo de que se produzca una deflación de la deuda en caso de que se produzcan turbulencias negativas en el crecimiento.
En conjunto, la década prepandémica de la Nueva Normal de crecimiento inferior estable, la inflación por debajo del objetivo, la volatilidad contenidas y la rentabilidad atractiva en los activos se están desvaneciendo con rapidez por el espejo retrovisor. Lo que se avecina en la era de la transformación es un entorno de crecimiento e inflación más incierto y desigual en el que los responsables políticos se enfrentarán a muchos escollos.